Reproducimos un brillante artículo, publicado
recientemente en La Vanguardia, cuya lectura consideramos muy interesante para todo los que, como nosotros defienden la
unidad de España y todo lo que nos une.
Error fatal, por Alain Minc
La Vanguardia, 11 enero 2013
Pocos extranjeros hay más prohispánicos que yo y, entre
ellos, menos aún que estén tan convencidos como lo estoy yo de que Cataluña ha
sido el estímulo de España. Estímulo en materia de valores democráticos, de
espíritu emprendedor, de apertura al mundo, de dinamismo cultural… De ahí mi
incomprensión y mi pesar por el error fatal que se vislumbra en el horizonte.
Comprendo el discurso: Europa se construye y en su seno
la identidad se manifiesta en el nivel más próximo a los ciudadanos y, entre
los dos niveles, como perdidas, vagan las viejas naciones-Estado. Una Europa
federal, una Cataluña como Estado miembro y, entre las dos, una España hundida,
como si los länder alemanes fueran a reafirmarse a expensas del Bund o como si
las regiones italianas, Lombardía la primera, fueran a emanciparse sobre las
espaldas de Roma. No hay idea más falsa: nadie sabe si la Europa federal
existirá algún día. Con sus veintisiete miembros, la Unión Europea y, con sus
dieciséis miembros, la zona del euro son construcciones sui géneris que nada
tienen en común con una federación y cuyo funcionamiento exige estados miembros
tan fuertes como sea posible. Reconfiguradas con una multiplicidad de pequeños
participantes, estas construcciones se necrosarían desde dentro.
Otra idea fatal: la convicción de que la Unión, con
Francia a la cabeza, acogería de buen grado a una Cataluña independiente. Ya no
estamos en los tiempos de la guerra de Sucesión de 1700, con una Francia que
soñaba con una España débil. Ocurre más bien lo contrario: a París le interesa
una España fuerte para reforzar el arco mediterráneo de la Unión ante Berlín y
su hinterland en Europa central. En cuanto a la propia Unión, sólo puede actuar
como un freno para cualquier iniciativa de independencia por miedo a un efecto
dominó de un país con problemas de unidad a otro, lo que la debilitaría
dramáticamente.
Tercera idea falsa: una Cataluña emprendedora y
extravertida encontraría mejor su lugar en la globalización que a través del
reino de España. He aquí una ilusión infantil. No son Israel o Singapur quienes
lo desean. Las empresas de una Cataluña independiente no se beneficiarían de un
mercado interior potente, ni de un sistema financiero de primer nivel mundial,
ni de una incubadora de alta tecnología como es Israel. ¿Por qué los grandes
actores económicos tomarían el camino de Barcelona después de un espasmo de
semejante violencia? A sus ojos, Cataluña sería sinónimo de riesgos, y las
medidas fiscales anunciadas en el marco del actual pacto de gobierno
constituyen, desde esta perspectiva, el peor de los mensajes. Únicamente una
política alocadamente favorable a las empresas –impuesto de sociedades a la
irlandesa, fiscalidad de las personas físicas a la checa…– podría intentar
contrarrestar la desconfianza internacional. Pero es exactamente lo contrario
lo que impera.
Cuarta idea falsa: Cataluña se financiaría mejor en los
mercados internacionales, ya que estaría libre de toda conexión fiscal con
Madrid, y sería más rica.
Sin embargo, esto presupone tener un crecimiento fuerte
que alimente sus presupuestos. ¿Cuál sería el motor de este crecimiento? Ni el
mercado interno, ni la inversión extranjera. Si la economía catalana, ya
sospechosa a los ojos del mundo, se estancara, no encontraría ningún recurso en
los mercados y debería ir a mendigar ayuda, pero no a una Unión Europea de la
que no formaría parte, sino a un Fondo Monetario Internacional que la trataría
con rigor. Es una infantilidad creer que las dificultades actuales de
financiación de Cataluña sólo se explican por un desequilibrio fiscal con
Madrid.
Quinta idea falsa: la creencia en la irresistible
voluntad popular, la idea de que, ante una victoria en un referéndum, ninguna
regla institucional se resiste. Es una visión muy robespierrana creer que la
democracia se reduce al sufragio universal. En realidad, desde Montesquieu
sabemos que el funcionamiento democrático impone a la vez el respeto del
sufragio y la aceptación de reglas de derecho. Un referéndum ganado unos puntos
por encima de la mayoría no puede borrar los límites que establece la Constitución
española, el veto de no pocos estados miembros, las reticencias de Bruselas…
Sería ciertamente una baza, pero en ningún caso una
autopista hacia un hecho consumado. Por parte del Govern catalán, eso supondría
una brutalidad casi revolucionaria que provocaría la marginación de Barcelona
en Europa, algo que no se puede permitir.
¿Qué es un error fatal? Una decisión, a menudo tomada
en periodos de crisis, que tiene carácter irreversible y cuyas consecuencias
son incalculables. La independencia de Cataluña se ajustaría, sin duda, a esta
definición.
Alain Minc, asesor político, economista, empresario y escritor francés.
Mejor imposible. Chapeau!
ResponEliminaPlenamente de acuerdo contigo Víctor.
EliminaMuchas gracias por tu comentario.