dijous, 11 de juliol del 2013

Error fatal, por Alain Minc



Reproducimos un brillante artículo, publicado recientemente en La Vanguardia, cuya lectura consideramos muy interesante  para todo los que, como nosotros defienden la unidad de España y todo lo que nos une.

Error fatal, por Alain Minc
La Vanguardia, 11 enero 2013
Pocos extranjeros hay más prohispánicos que yo y, entre ellos, menos aún que estén tan convencidos como lo estoy yo de que Cataluña ha sido el estímulo de España. Estímulo en materia de valores democráticos, de espíritu emprendedor, de apertura al mundo, de dinamismo cultural… De ahí mi incomprensión y mi pesar por el error fatal que se vislumbra en el horizonte.
Comprendo el discurso: Europa se construye y en su seno la identidad se manifiesta en el nivel más próximo a los ciudadanos y, entre los dos niveles, como perdidas, vagan las viejas naciones-Estado. Una Europa federal, una Cataluña como Estado miembro y, entre las dos, una España hundida, como si los länder alemanes fueran a reafirmarse a expensas del Bund o como si las regiones italianas, Lombardía la primera, fueran a emanciparse sobre las espaldas de Roma. No hay idea más falsa: nadie sabe si la Europa federal existirá algún día. Con sus veintisiete miembros, la Unión Europea y, con sus dieciséis miembros, la zona del euro son construcciones sui géneris que nada tienen en común con una federación y cuyo funcionamiento exige estados miembros tan fuertes como sea posible. Reconfiguradas con una multiplicidad de pequeños participantes, estas construcciones se necrosarían desde dentro.
Otra idea fatal: la convicción de que la Unión, con Francia a la cabeza, acogería de buen grado a una Cataluña independiente. Ya no estamos en los tiempos de la guerra de Sucesión de 1700, con una Francia que soñaba con una España débil. Ocurre más bien lo contrario: a París le interesa una España fuerte para reforzar el arco mediterráneo de la Unión ante Berlín y su hinterland en Europa central. En cuanto a la propia Unión, sólo puede actuar como un freno para cualquier iniciativa de independencia por miedo a un efecto dominó de un país con problemas de unidad a otro, lo que la debilitaría dramáticamente.
Tercera idea falsa: una Cataluña emprendedora y extravertida encontraría mejor su lugar en la globalización que a través del reino de España. He aquí una ilusión infantil. No son Israel o Singapur quienes lo desean. Las empresas de una Cataluña independiente no se beneficiarían de un mercado interior potente, ni de un sistema financiero de primer nivel mundial, ni de una incubadora de alta tecnología como es Israel. ¿Por qué los grandes actores económicos tomarían el camino de Barcelona después de un espasmo de semejante violencia? A sus ojos, Cataluña sería sinónimo de riesgos, y las medidas fiscales anunciadas en el marco del actual pacto de gobierno constituyen, desde esta perspectiva, el peor de los mensajes. Únicamente una política alocadamente favorable a las empresas –impuesto de sociedades a la irlandesa, fiscalidad de las personas físicas a la checa…– podría intentar contrarrestar la desconfianza internacional. Pero es exactamente lo contrario lo que impera.
Cuarta idea falsa: Cataluña se financiaría mejor en los mercados internacionales, ya que estaría libre de toda conexión fiscal con Madrid, y sería más rica.
Sin embargo, esto presupone tener un crecimiento fuerte que alimente sus presupuestos. ¿Cuál sería el motor de este crecimiento? Ni el mercado interno, ni la inversión extranjera. Si la economía catalana, ya sospechosa a los ojos del mundo, se estancara, no encontraría ningún recurso en los mercados y debería ir a mendigar ayuda, pero no a una Unión Europea de la que no formaría parte, sino a un Fondo Monetario Internacional que la trataría con rigor. Es una infantilidad creer que las dificultades actuales de financiación de Cataluña sólo se explican por un desequilibrio fiscal con Madrid.
Quinta idea falsa: la creencia en la irresistible voluntad popular, la idea de que, ante una victoria en un referéndum, ninguna regla institucional se resiste. Es una visión muy robespierrana creer que la democracia se reduce al sufragio universal. En realidad, desde Montesquieu sabemos que el funcionamiento democrático impone a la vez el respeto del sufragio y la aceptación de reglas de derecho. Un referéndum ganado unos puntos por encima de la mayoría no puede borrar los límites que establece la Constitución española, el veto de no pocos estados miembros, las reticencias de Bruselas…
Sería ciertamente una baza, pero en ningún caso una autopista hacia un hecho consumado. Por parte del Govern catalán, eso supondría una brutalidad casi revolucionaria que provocaría la marginación de Barcelona en Europa, algo que no se puede permitir.
¿Qué es un error fatal? Una decisión, a menudo tomada en periodos de crisis, que tiene carácter irreversible y cuyas consecuencias son incalculables. La independencia de Cataluña se ajustaría, sin duda, a esta definición.
Alain Minc, asesor político, economista, empresario y escritor francés.

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